Dia del Seminario: Testimonio de nuestro seminarista


In manus tuas, Pater, comendo spiritum meum...
(En tus manos Padre, encomiendo mi espíritu)

Estas mismas palabras, las últimas de Jesús, antes de morir en la cruz para resucitar al tercer día, fueron las palabras que resonaron en mi cuando morí al pecado para renacer en el seno de la Iglesia, a través del sacramento de la confesión, sacramento que, recibido después de unos ocho años alejado de Dios, limpió no sólo mi alma, sino también mi oído para escuchar la llamada a dejarlo todo por Cristo.

Cada uno es llamado por su nombre, es decir, de la manera como puede entender que es llamado él y no otro. En mi caso, después del proceso de conversión que Dios había obrado en mi, la llamada..., la vocación, fue evidente, clara y fuerte, para mi en el día de Corpus Christi del 2009. Fue de la siguiente manera.

Llegué a la iglesia de San Juan María Vianney, aquel día justo antes de que empezara la Santa Misa. El templo estaba llenísimo, ya que en mi parroquia, el día de Corpus son convocados los niños que han recibido la Primera Comunión ese año. Tuve que sentarme en uno de los bancos de la capilla lateral, que quedaba enfrente del presbiterio.

No pasó nada de extraordinario hasta el momento de la comunión, cuando, después de haber sido de los primeros en comulgar volví a mi sitio y, desde allí contemplaba a la gente que hacía cola y comulgaba. Me invadió un profundo amor y daba gracias al Señor por darse a todos. Mayores, jóvenes, niños, niñas, alegres, pensativos, piadosos y no piadosos... gente de todo tipo hacían cola delante del sacerdote para comulgar y yo me conmovía y daba gracias porque Jesús no se negaba a nadie. Era nuestra responsabilidad recibirlo en gracia, pero Él no se negaba a nadie, ni al más pecador.

Entonces, un pensamiento exterior, una voz interior, unas palabras que no son tuyas... no sabría como describir aquello, pero si recuerdo claramente lo que se me dijo: "Sí, es cierto, pero cuando este sacerdote no esté, cuando este sacerdote falta, ¿cómo llegaré yo a mis hijos?. Si no hay sacerdotes, no hay eucaristía, no hay confesión... No hay pastor y las ovejas se dispersan. No está Jesús, sacramentalmente hablando, en el mundo. Quien dará su vida a Dios por los demás? ¿Quien ocupará el sitio de de aquel sacerdote o el lugar de cualquier otro de los que ya no están?

Mi respuesta fue un salto en el vacío: "Yo ocuparé aquel lugar, seré tu instrumento, el burrito con el que entraste en Jerusalén". Y es que meditaba en aquel momento que se me hizo eterno: "Si yo digo que no a Jesús, quien le dirá que sí? a que pobre sacerdote haré cargar con la responsabilidad que el Señor quiere confiarme? ¿a quien irán las personas que Dios esperaba que jo condujera, en un futuro hacia Él, si yo le digo que no? Si me hago el sordo, yo que he sentido su llamada, quien dirá que sí a Jesús?, quien lo hará presente en medio del mundo?

La vida no es nuestra, es de Dios, por eso el que la guarda la pierde y el que la pone en manos de Dios la mantiene yla hace dar frutos en bien de todos. Yo puse mi vida en sus manos aquel día de Corpus y ahora estoy en el Seminario. Me llevó Él. Este es mi sitio.

Espero que a Dios le plazca mantenerme fiel i dispuesto a su voluntad y que todos los que se sientan llamados al ministerio sacerdotal "den a Dios lo que es de Dios"

Diego Felipe Bermúdez Agudelo

Comentarios